Los que no se quedan en casa

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César Muñoz | R360

México es un país de contrastes, muchísimos, pero en la desgracia, México había demostrado ser sólo uno: solidario, entrón, generoso y hasta organizado en situaciones de desastre natural. Los terremotos de 1985 y 2017, así como otras desgracias, han sacado lo mejor de nosotros, pero en la pandemia del Covid-19, los mexicanos están divididos, no saben cómo comportarse ante un enemigo muy peligroso y que nadie ve, pero que asesina en serie. El miedo y la incredulidad son la nueva realidad que está poniendo a prueba a un México dividido en dos.

Los videos y las historias ya viajan a gran velocidad en las redes sociales, de doctores y enfermeras, camilleros y paramédicos; del personal de los hospitales que está en un auténtico “frente de batalla”, y la empezaron a pelear con un país desprevenido, con un Presidente que menospreció un tiempo valioso para preparar al sistema hospitalario y que por no querer “repetir” las acciones preventivas tomadas por su principal antagonista, Felipe Calderón, con la influenza H1N1, ahora el precio lo están pagando los trabajadores del sector Salud y la sociedad civil.

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El comportamiento del Ejecutivo federal ha polarizado a la sociedad mexicana ante la pandemia. Su desdén inicial de salgan y dense abrazos y vayan a los restaurantes, envió un mensaje muy peligroso, en momentos en que los mexicanos veíamos crecer la epidemia en territorio nacional y cuando veíamos en las noticias internacionales los efectos mortales del virus, principalmente en Europa. Por supuesto que la clase media, esa a la que ni ve ni toca en sus programas, esa que genera a los intelectuales orgánicos, no se lo creyó, y fue la primera en establecer condiciones de seguridad, suspendiendo clases en colegios particulares, al decretarse la Fase 2 de la pandemia, creando así las primeras condiciones seguras para el largo aislamiento que hoy tiene a una inmensa mayoría en casa. 

A ese comportamiento se sumó su capricho de salir de gira a la inauguración de obras, a dar besos y abrazos; a sostener sus conferencias de prensa con una mayoría de medios abyectos a su régimen en nombre de una “comunicación circular” que más bien es un adoctrinamiento mediante el uso del aparato del Estado.

Su forma de ver el fenómeno de la pandemia arrastra a los especialistas, que sin duda tienen grandes credenciales académicas para estar al frente de la estrategia de contención del virus, pero cuyo conocimiento y prudencia han sujetado a los deseos del Presidente y no a los que juraron proteger; su criterio ha ido en excesos como aquel en el que Hugo López-Gatell, a pregunta expresa de si no tenía riesgo el Presidente de contagiarse de Covid-19 en las giras de trabajo y su respuesta fue que al Presidente lo protegía su autoridad moral. 

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Como resultado de esas señales equivocadas, hoy hay un segmento minoritario de mexicanos que se niegan a acatar las leyes que surgen como decreto ante la implantación de las fases de la pandemia. Unos por la necesidad imperativa de sobrevivir, los que tienen que vender algo porque van al día, y otros a los cuales vemos corriendo por las mañanas en parques y residenciales, o por las noches sacando a las mascotas; paseando en el auto con la familia, haciendo rodadas de bicicleta en los caminos hoy desiertos y hasta visitando a los amigos para organizar reuniones. Su vida transcurre sin sobresaltos. Para estas personas, lo importante es su individualidad por encima de la comunidad. 

Del otro lado, millones de mexicanos están sacrificando su libertad, porque saben que de eso depende en gran medida volver a la actividad productiva; ayudan a sus hijos en las clases en línea o por televisión; hacen ejercicio en la sala, la recámara o incluso en la azotea; adaptan su vida a lo que supone un pronto regreso a las calles, pero la minoría pone en riesgo todo eso que se construye para un futuro inmediato.

Los gobiernos estatales han impuesto medidas restrictivas, ante un Gobierno federal que ha renunciado a usar la fuerza del Estado contra esa minoría que no está dispuesta a renunciar a nada. Pero son medidas ineficaces, pues no hay acciones legales que ya son demandadas por la mayoría que intuye que está en juego el futuro de sus familias.

Hay una confusión desde el Ejecutivo federal e incluso en los estatales. El uso de la fuerza pública para imponer el orden no necesariamente requiere de aplastar los derechos de libre tránsito ni los derechos humanos o el uso de la violencia; hay decretos que se están convirtiendo en leyes, en razón de la salud pública, pero carecen de dientes. Ahí hay que echarle cabeza porque hasta ahora la minoría está dominando. Europa nos da otra gran lección, de gobiernos democráticos que han tenido que aplicar leyes que no son populares, en función de proteger a la mayoría. 

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En algo el Presidente de México tiene razón y es que la fortaleza de nuestra nación radica en el núcleo familiar. La mayoría ha hecho un trabajo extraordinario. Un segmento de estos mexicanos son los que hoy se la rifan en el sector Salud. Hay una dualidad entre estos mexicanos que simbolizan la grandeza de espíritu de nuestra raza, y entre aquellos que están al margen de las leyes y del capricho personal; hay una genética dividida entre la generosidad de unos y el egoísmo de otros. Es aquí donde la mano del Estado se tiene que ver. 

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Michel Muñoz
Graduado de la Universidad Claustro de Sor Juana en la Licenciatura en Comunicación Audiovisual.Ha colaborado en medios de noticias y entretenimiento, como Los Ángeles Press, Quinta Fuerza e Immo Magazine.Especialista en periodismo de investigación, videojuegos, música, cine y cultura pop.Colabora en Ruptura 360 como autor principal de la sección Periodismo de Servicio.

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