Durante décadas, el control político y económico de los países se llevó a cabo de manera pausada y casi imperceptible para las mayorías, por medio de la prensa escrita. Antes de las redes sociales, era precisamente a través de las plumas más estudiadas y poéticas por las que se asestaban los avisos, advertencias, noticias, y hasta las premoniciones de la política. 

Eran grandes periodistas y columnistas haciendo uso de la retórica y la parodia o la parábola como nos dejaban ver hacia donde se dirigía el Estado, haciendo del poder de la prensa escrita un verdadero arte para hacer que en todas las mesas y sobremesas se diera el ejercicio de especulación política, involucrando así a toda la sociedad en el juego del poder haciéndonos partícipes de la toma de decisiones en el juego de ajedrez.

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Pero todo ello se terminó en México con la llegada de Vicente Fox al poder, cuando el mensaje elaborado fue sustituido por un chiflido, y los textos sustentados en grandes pensadores para darle forma a las decisiones se cambió por dichos campiranos pocas veces aplicables ante la complejidad de una decisión política.

Redes sociales y su impacto

Tal coherencia social lograda en su momento por Fox, y posteriormente en administraciones tan básicas y tan desaseadas como las de Donald Trump o Roberto Borge, en las que la neurona solo daba para un twitazo, comenzaron a gobernar desde las redes sociales a través del miedo; de la creación de fantasmas y enemigos que nos van a hacer daño y por ende, a través de medios masivos como Facebook y Twitter, fuertes redes sociales, comenzaron a generar una nueva forma de gobernar, recordándonos a Thomas Hobbes en su teoría de la necesidad de unirnos cediendo nuestra soberanía al gobernante para no volver al estado de barbarie en la que el hombre se vuelve el lobo del hombre.   

Siguiendo con la teoría de la terrible debacle a la que nos llevan los gobiernos en el exceso del uso de las redes sociales para infundirnos ese temor y por tanto mantener a todas las tribus a su servicio, recordamos a Byung-Chul Han y Slavoj Zizek, quienes nos exponen la inminente ignorancia y cansancio al que estamos sometidos por parte del Estado moderno para tenernos controlados. 

Y es aquí donde cabe una joya de obra denominada “Estrés y Libertad” de Peter Sloterdijk, en la que define primeramente a la sociedad moderna de la siguiente forma: los grandes cuerpos políticos, a los que denominamos sociedades, se deben entender en primer lugar, como campos de fuerza constituidos por el estrés, a través de sistemas de preocupaciones que se expresan a sí mismos y se precipitan hacia adelante permanentemente. Estos sólo existen en la medida en que logran conservar su tono específico de inquietud y estrés a lo largo de sucesión de temas día con día, año con año”.

Tal como en su momento lo mencionaron Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su obra “Cómo mueren las democracias”, que hemos citado en diversas ocasiones por considerarlo un libro obligado para todos los mexicanos de esta era, los patrones de control social son repetitivos a los largo de la historia y en México no hemos estado exentos de ellos, incluyendo en papel en su momento de los medios como sucedió con televisa en 1968, con Fox-Calderon-Peña en la guerra del narco, y posteriormente, en el excesivo uso de redes sociales con las campañas de “AMLO es un peligro para México”.

Por ello, esta lapidaria frase de Peter Sloterdijk debiera acuñarse como resumen de la manipulación excesiva y descarada que hemos sufrido los mexicanos por décadas: “De ahí que los medios de información resulten absolutamente indispensables para la producción de coherencia en las comunicaciones nacionales y continentales de estrés (…) sólo ellos son capaces, con una oferta que es un torrente incesante de temas irritantes, de mantener unidos por medio del estrés a un colectivo tan dispar”; y en efecto, los mexicanos estamos tan acostumbrado a estar sometidos al estrés del enemigo de turno que nos va a hacer daño todas las mañanas, por lo que que cada día somos menos capaces de darnos cuenta del terrible agujero cognitivo e intelectual en el que estamos cayendo, en el que al parecer estamos condenados, para seguir siendo un país de mano de obra barata, por arrastrar décadas de gobiernos incapaces de promover la educación de las masas.

La nueva Edad Media, de la que hablan los filósofos de la modernidad, como Byung.Chul Han, Sloterdijk o Zizek, no pueden tener un mejor ejemplo que el de Latinomérica, que sin importar si es la izquierda o la derecha, hasta ahora ha sido incapaz de salir de ese histórico hueco intelectual pero conveniente para aquellos que administran las revoluciones.

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