CHETUMAL, QR.- No es la primera vez que Guillermina Hernández Romero sufre de humillaciones y discriminación. Es una madre de familia, que hoy cuenta su historia que espera sirva de ejemplo a nuevas generaciones de mujeres, aunque en esta ocasión esté de por medio su seguridad.

Guillermina se desempeña como jefa del Departamento de Asuntos Internos de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), recientemente confinada a un pasillo de la Dirección de Tránsito, por no entregar su plaza laboral que le requieren sus mandos superiores.

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Pero Hernández Romero ya no está dispuesta a soportar abusos y vejaciones. Contó a R360 su historia y explicó las razones que le motivaron a no permitir ningún otro atropello a su dignidad, como mujer y trabajadora.

Ella es originaria del estado de Veracruz; llegó a Quintana Roo hace poco más de 30 años, con un hijo en brazos de ocho meses. Hoy tiene tres hijos: Aranza, Erick y Mauricio, de 26, 29 y 33 años, respectivamente.

Para ella no hubo una adolescencia como la que tienen hoy en día los jóvenes. No disfrutó  esa etapa con amigos, ni siquiera para ir a la disco.

Le tocó una época en la cual era más importante tener una familia y una pareja, esa era la costumbre y la “educación” en ese momento.

No se tenía como ejemplo estudiar una carrera. Sus padres no estudiaron, pero sí se ocuparon de dar lo mejor que podían a la familia.

Historia de abusos y humillaciones

Platicó que uno de los primeros abusos laborales que recuerda fue cuando estaba embarazada de su hija y trabajaba en una empresa privada.

Un día llegó a dejar a su hijo en la guardería y le dijeron que había sido dada de baja, la razón fue que la empresa la retiró como empleada y la puso como comisionista, perdiendo con ello sus derechos laborales.

Fue un periodo difícil, entró en depresión y un año después intentó suicidarse con pastillas. Quería dormir y no despertar.

Con el apoyo de su esposo logró superar la situación, pero fue una impresión muy fuerte pues tenía hijos pequeños. Tuvo que acudir a Neuróticos Anónimos en su momento.

Aunque su compañero de trabajo pasó por lo mismo, pero a diferencia de ella, él si se quitó la vida, no supo qué hacer con su familia.

Tiempo después se ocupó de estudiar la licenciatura en Derecho en la Universidad de Quintana Roo (Uqroo).

Fue un periodo de retos, pues lejos de recibir apoyo mucha gente le decía: “¿para qué estudias? ¡Qué ganas de perder dinero! ¿Qué ganas con perder el tiempo? Ya estás grande, dedícate a tus hijos”.

Sus amigos acudían a su casa a estudiar, para así poder cuidar a sus hijos.

Antes de concluir la carrera se separó de su esposo y se tuvo que ocupar de sus hijos y de la escuela, pero sin trabajo. Fue la etapa más difícil que ha pasado.

Gracias a un profesor que tenía un despacho jurídico, consiguió trabajo como secretaria que le sirvió para ganar 200 pesos, lo cual alcanzaba “para tortillas y frijoles”.

Inicia la etapa en Seguridad Pública

En ese periodo fue cuando inició la etapa de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), pues un día llegó un funcionario de la institución que conoció en una clase de inglés y le ofreció trabajo.

Le dijo que había una plaza para una abogada y que se fuera a la SSP. Ella le pidió una semana para dejar las cosas en orden en el despacho y darle las gracias a su profesor.

Cuando se presentó en la Secretaría con la persona que le ofreció el empleo, éste le dijo que ya se había ocupado la plaza y le remarcó que las oportunidades se toman de inmediato.

Sintió que le echaron agua fría, que el mundo se le acababa y no sabía qué hacer, pues ya no había para “frijoles y tortillas”.

Consiguió un empleo como vendedora de libros y no vendió ninguno. Regresó a la Secretaría y le pidió al funcionario que en su momento le ofreció trabajo, que le comprara libros o que la recomendara con alguien interesado en su producto.

De nueva cuenta volvió a ser humillada y discriminada, pues el servidor público la avergonzó frente a todo el personal diciéndole que cómo era posible que una profesionista estuviera vendiendo libros.

Le preguntó que si no le daba vergüenza ser vendedora frente a sus hijos. Ella le respondió que no le avergonzaba porque les tenía que dar de comer. Sintió que la tierra se la tragaba.

Pero para sorpresa suya, el funcionario le acabó ofreciendo empleo. “Venga mañana, le voy a dar trabajo, usted me cae mal, pero sus hijos me dan lástima”, le remarcó.

Guillermina salió llorando, sin saber si agradecerle a su empleador o insultarle.

En ese momento recordó que “sacaba las tortillas tiesas del refrigerador, las remojaba en agua para que se suavizaran y las ponía en el comal. Acepté que mi orgullo no puede ser más grande que la obligación de darle de comer a mis hijos, así entré a la Secretaría”.

Es una mujer humilde; vive modestamente

Hernández Romero es una mujer que vive en una casa modesta, sin lujos, tiene un automóvil usado y nunca ha tenido un vehículo “de agencia”. Ahora invierte en sus necesidades básicas y en su preparación académica, luego que sus hijos ya son mayores y se han independizado.

Su sueldo bruto actual es de aproximadamente 13 mil pesos, de ellos el 50 por ciento es compensación, la cual está en riesgo de perder.

Con mucho esfuerzo estudió otra licenciatura, en Psicología, y logró concluir su Maestría en Psicología Jurídica, de la cual es pasante.

Desde que inició su carrera laboral en la SSP demostró su capacidad como trabajadora, ello le ha valido ocupar diversos cargos y ser comisionada a petición de sus jefes en reconocimiento a su esfuerzo.

Al inicio fue difícil, sobre todo en lo económico. La paga no era suficiente y para completar sus gastos se vio en la necesidad de vender pozole.

Un abogado de la institución se burló de ella y por ello le pusieron de sobrenombre “la abogada pozolera”.

Fue triste, asegura, porque ni siquiera le compró pozole. “Me hubiera dicho la mamá guerrera, la mamá luchona, la mujer trabajadora”.

Criticó que “culturalmente estamos acostumbrados a burlarnos de la gente, en lugar de ayudarla, fortalecerla o aumentar su autoestima, hacerla sentir bien. Estamos acostumbrados a minimizar a la gente, porque en el fondo necesitamos pisotear a los demás para sentirnos bien”.

Enfatizó que hay que entender que todos deben trabajar en su autoestima y empoderamiento, sobre todo las mujeres, pues ello es indispensable para ayudar a otras personas.

Que mi experiencia sirva de ejemplo

Aseguró que “mi historia hoy me sirve para saber que a veces te tienes que tragar tu orgullo, pero eso no significa que toda la vida vas a vivir así”.

Añadió que “en el camino vamos aprendiendo; en su momento me dejé humillar, porque no creía en mí y no me sentí valiosa, no nos sentimos merecedoras de que nos valoren y permitimos que nos pasen encima”.

Ha pasado por momentos difíciles al grado de quedarse solo con mil pesos a la quincena para salir con sus gastos. Ha tenido que recurrir a las llamadas “mutualistas” y se las ha ingeniado para ahorrar para costearse sus estudios.

Desde hace tres años, con uno de sus hijos, imparte talleres de empoderamiento para mujeres, hombres y adolescentes, no solo en Quintana Roo, sino en Mérida, Tabasco y Puebla.

Es una experiencia única escuchar que la gente diga: yo puedo.

“Imagínate yo que participo en esos talleres, que en estos momentos yo me quiebre y que acepte que me pisoteen, para mí es incongruente, no lo puedo permitir”, enfatizó.

Aunque teme por su seguridad y la de su familia, Hernández Romero no dejará de luchar por dignidad y para hacer valer sus derechos laborales y humanos, consagrados en la Constitución estatal y federal.

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Su plaza le pretende ser arrebatada por órdenes del subsecretario de Seguridad Pública, Jorge Ocampo Galindo y de la directora de Asuntos Internos, Zuleima Guadalupe Sánchez Pineda, para ser entregada a otra persona.

Eso le ha valido humillaciones, discriminación y segregación, aunque anticipó que en breve presentará su queja ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos e interpondrá un juicio de amparo.

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