CHETUMAL, QR.- En las calurosas tardes de la primavera chetumaleña, y en ocasiones acompañada por una paloma, doña Angelina Guerrero lucha por mantener una tradición al borde de la extinción: la venta de paletas y saborines en las calles.
Esta tradición, que alcanzó su cúspide en los años ochenta pero tuvo sus orígenes en México en los años treinta, es una actividad que actualmente casi no se ve en las escuelas ni en las calles de Chetumal.
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Doña Angelina hace honor a su apellido: desde hace más de 20 años, todos los días empuja su carrito por las calles del primer cuadro de la ciudad, teniendo como punto de venta principal las afueras del mercado Ignacio Manuel Altamirano, mejor conocido como Mercado Viejo, a un costado del monumento Alegoría al Mestizaje.
Con más de 65 años de edad, también carga con su silla de plástico y aguarda pacientemente, durante ocho horas, la llegada de los clientes.

Niños, adolescentes, adultos y personas de la tercera edad buscan en sus productos el sabor de Chetumal que quedó atrás, sobre todo en aquellos días de escuela, cuando durante el recreo o a la salida saboreaban este producto refrescante.
La sexagenaria comentó que, en su momento, recorrió escuelas y numerosas calles de la capital de Quintana Roo. Hoy, la edad y un problema en su pierna derecha no le permiten avanzar grandes distancias, situación que además se ve limitada por el decreto federal que prohíbe, dentro y fuera de los planteles educativos, alimentos que no cumplen con ciertos requisitos nutricionales establecidos por las autoridades.
No obtiene grandes ganancias, pero asegura que le encanta su trabajo. Tiene en su menú saborines de crema, paletas de agua y esquimos (paletas de crema bañadas en chocolate y cubiertas con rayaduras de coco). Los precios varían entre 20 y 30 pesos.
A pesar de estar todos los días desde las 09:00 hasta las 17:00 horas, solo logra vender entre 20 y 25 productos, que mantiene congelados en su carrito, propiedad de uno de los pocos negocios que sobreviven en la capital, y que, al abrirlo, transporta al pasado, pues quienes alguna vez compraron una paleta o saborín en su infancia conocen la sensación de inclinarse para elegir el producto de su preferencia.
Para no moverse de su punto de venta ni perder clientes, sus hijos, sin falta y a diario, le llevan sus alimentos.
Su esposo vende paletas
No es la única dedicada a esta actividad, ya que también su esposo, Amaro Puc, participa en el negocio; sin embargo, el sábado fue enviado a la comunidad de Xulhá por su patrón.
Doña Angelina resalta que estará activa en la venta de paletas y saborines hasta que su salud se lo permita, pues considera que, aunque pocos conservan la tradición, esta no debe desaparecer.
Tocumbo, en Michoacán, es el poblado conocido como la cuna de la paleta de hielo. De hecho, la marca conocida como La Michoacana fue una de las más prolíficas en México en los años ochenta, llegando a tener más de 11 mil tiendas en el país.