Finalmente, la derecha radical reaparece en el mapa de América Latina, en Argentina.

Reaparece después de una muerte súbita entre dos candidatos tremendamente señalados por el pueblo y por los mismos seguidores y militantes de ambos extremos.

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Señalados por la prensa de Argentina y de todo el mundo, porque los proyectos enarbolados de las dos partes no contenían un rumbo real y aterrizable para resolver el estado de crisis en el que la Argentina lleva sumida más de tres décadas.

Una situación que prende los focos rojos en el continente, y que comienza a ganar espacios en el planeta, a pesar de que vivimos la era más absoluta de reconocimiento de derechos y libertades.

A pesar de que los gobiernos de izquierda en el orbe han empujado los derechos humanos para reconocer todos los derechos a los iguales, y los que, la derecha consideraba diferentes.

A pesar de que las religiones que ataban las decisiones de los gobiernos por la manipulación de las mayorías, cada vez se da menos en una sociedad más informada en el entorno digital.

A pesar de que, desde el mismo Vaticano se han dado señales de respeto a las diferencias de género. A pesar de que en todo el mundo nos hemos manifestado masivamente en favor de los derechos de las niñas y niños palestinos en una unión mundial en pro de la libertad de un pueblo.

Fantasma sobre Argentina

Hoy nuevamente el fantasma del oscurantismo de la derecha se cierne sobre el continente, y es en Argentina.

Y esto no se debe a que la ciudadanía se sienta más feliz si eliminan la interrupción legal del embarazo, o si se da marcha atrás al matrimonio igualitario o a la comaternidad y la copaternidad, o a los derechos de las mujeres a decidir sobre ellas mismas y su futuro, que son todas, luchas del liberalismo como corriente de los gobiernos de izquierda en el mundo y en México.

Se debe, principalmente, al error de las nomenclaturas de los partidos de izquierda para realizar una criba de las mejores personas para representar a los gobernados en el Poder Legislativo, en todas las áreas del Poder Ejecutivo, en las propuestas de jueces y en los órganos autónomos. El pueblo de Argentina no estaba harto de la izquierda. Estaba harto de la corrupción de los de la izquierda.

En resumen. Argentina nos demuestra que “la corrupción no se crea ni se destruye, solamente se transforma”, y esto en realidad debiera ser un llamado de atención para México, que, al estar tan entusiasmados en los rieles de la transformación no nos hemos dado cuenta que los números de corrupción no han decrecido en el sexenio, sino que al contrario, se han mantenido y, en algunos casos, han aumentado.

El IMCO que señala un crecimiento al 71% de riesgo de corrupción en México, y que se percibe en la impunidad en fiscalías y juzgados, en las quejas constates de las policías y de agentes de tránsito cuyos niveles de extorsión son insostenibles, con los cobros indebidos a desarrolladores o comerciantes, cuya paciencia se agota día con día, como pasó con la paciencia de los argentinos.

Porque aquellos que juramos juzgar por hechos imperdonables de delitos contra el pueblo y contra la cosa pública, ahora están libres y en algunos casos gozan de cabal salud caminando de costado en el proyecto de nación al que no deberían pertenecer, ante el asombro de propios y extraños que no entienden qué sucedió con ese mensaje de justicia que se desvaneció en los hechos.

Hoy en México se doblan las campanas porque es evidente que la alianza triunfadora de Partido de Trabajo, Morena y Verde, sin duda arrasarán con todos los cargos de elección popular y se busca obtener las mayorías en los congresos para concretar las reformas planteadas por esta Cuarta Transformación. 

Pero debemos ser cautos para que la criba de los partidos políticos hacia todos estos cargos sea prudente y no solamente represente, sino que la criba se centre en la competencia de los individuos para el caso concreto, en la honestidad en el servicio público, en los resultados obtenidos y en el conocimiento adquirido acreditado.

Es posible que el 2024 no sea, como se prevé, un día de campo, y si no llegan los mejores, difícilmente se sostendrá en lo futuro el proyecto de nación.

La historia viva de Argentina se cierne ante nuestras miradas invitándonos a no cometer los mismos errores. Como dijo Salvador Allende aquel 11 de septiembre de 1973, “la historia es nuestra y la hacen los pueblos”, y estoy seguro que, con las decisiones de la alianza de la Cuarta Transformación juntos haremos historia nuevamente.

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