Luis Fernando Salas | R360
CANCÚN, QRoo.- “El Chino” llegó a la boda de Edgar, su amigo de la infancia, lo felicitó y después de un rato se despidió, caminó sobre un pasillo ubicado entre los edificios de Infonavit de la Región 96, cuando se dirigió a la calle 10, una lluvia de balas lo atravesaron.
Su cuerpo quedó boca arriba entre la banqueta y el asfalto, ya no logró llegar al pasillo que da a la calle 12; al parecer era el camino que iba a tomar, según testigos.
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Era cocinero de un hotel, tenía 37 años y se había vestido elegante para asistir a la boda: La playera gris casual terminó en un rojo oscuro por la abundante sangre que salió por los orificios de bala; estaba sobre un charco de sangre.
Amigos, conocidos y familiares le habían advertido en varias ocasiones que no se parara por su antiguo barrio, algo malo presagiaban: “No vengas por acá”, le decían, pero era terco.
La fiesta de la boda se desarrollaba en uno de los edificios, ubicados sobre la calle 8 Poniente, casi esquina con la calle 121, que sería la continuación de la avenida Chac Mool, a un par de cuadras de la subestación de la Comisión Federal de Electricidad, donde hace ocho días también fue ejecutado un solitario transeúnte, cerca de las instalaciones de la paraestatal.
“El Chino” había llegado un poco temprano al festejo; estuvo un rato conviviendo y alrededor de las 20 horas decidió retirarse. No habían pasado ni cinco minutos cuando los estruendos de las repetidas detonaciones de arma de fuego alertaron a los de la boda. Edgar fue el primero en salir corriendo hacia donde se habían escuchado los balazos y lo primero que vio fue a “El Chino”, tirado y agonizando: Mi amigo, mi amigo… repetía mientras trataba de marcar al 911 para que llegara una ambulancia.
Vecinos, amigos y conocidos corrieron atrás del festejado, rodearon el cuerpo del cocinero; la zona era caos y confusión, los que tenían una amistad cercana con él, no lo podían creer, lágrimas y gritos de impotencia porque veían como estaba agonizando.
El reporte ingresó al número de emergencia como herido por arma de fuego frente a la manzana 37, de la calle 10, cerca de una cancha de básquetbol. Los primeros en llegar fueron policías municipales que acordonaron el lugar y retiraron a la gente.
Atrás de los municipales llegaron paramédicos de la Cruz Roja con sus chalecos con distintivos rojo con blanco, revisaron los signos vitales de “El Chino”, pero ya había dejado de existir; los más de tres impactos que tenía le habían arrebatado la vida.
Llegó más tarde la unidad del Servicio Médico Forense (Semefo) y los peritos iniciaron con la rutina que en estos tiempos se ha vuelto habitual: El procesamiento del lugar; mientras hacían su trabajo por el lado de la calle 121 llegó una joven y al ver la escena rompió en llanto: Es mentira, es mentira, díganme que no es cierto… Era la esposa de “El Chino”, quien cruzó el acordonamiento y trató de llegar adonde estaba el cuerpo de su esposo, pero a la mitad del trayecto fue interceptada por municipales y ministeriales, se disculparon por no poderle permitir ver a su ser querido, ya que estaban haciendo las diligencias de ley.
Pasaron varios minutos y llegó al lugar otra mujer, vestía una playera blanca y falda oscura, también ingresó a la zona asegurada con la intención de llegar al cuerpo de quien era su hijo, pero los uniformados no se lo permitieron, le dijeron lo mismo que a su nuera.
La gente, amigos y familiares balbuceaban lo mismo: A “El Chino” ya lo estaban esperando; alguien le puso el dedo con los sicarios que lo mataron a mansalva.
Era una cálida noche en el Caribe mexicano, todo terminó tan súbitamente como empezó. Mientras una pequeña jugaba con su gato anaranjado con blanco sobre la banqueta, un elemento de la Marina se acercó a ella para retirar la cinta amarilla, esa que indica que en el lugar hubo una desgracia, para abrir la calle al libre tránsito. El cuerpo de “El Chino” hacía su último viaje en la unidad del Semefo, antesala del funeral que precedería al viaje hacia su morada final.
Tras del marino quedaba un charco de sangre en la calle, prueba del último aliento que la delincuencia arrancaba para sumarlo a la estadística roja de ejecuciones en Cancún.