César Muñoz | R360
Un hecho sucedido la tarde del sábado 10 de agosto, en Residencial Arbolada, el último fraccionamiento de nivel medio que está sobre la avenida Huayacán, rumbo a Mérida, Yucatán, es un claro ejemplo de cómo los hechos son reemplazados por historias de fantasía, contrarias al espíritu del periodismo, que exige veracidad, rigor periodístico en los datos y un compromiso con la verdad.
Unidades de la Policía Quintana Roo, que reemplazaron a las del municipio de Benito Juárez (Cancún) bajo el esquema del inacabado Mando Único, entraron al residencial, e hicieron labores de patrullaje ante la presunción de hechos delictivos que páginas de Facebook y sitios web que cubren la fuente policiaca, describieron, primero como una balacera y después como una riña a balazos entre trabajadores de la construcción.
La verdad de lo ocurrido, fue distribuida en chats de WhatsApp por la administración de Residencial Arbolada, con una versión muy diferente de lo publicado por varios medios:
“Estimados Colonos
Buenas noches, les informamos que el día de hoy se encontraron a 2 guardias ingiriendo bebidas alcohólicas en la segunda etapa durante su desempeño, esto provocó una falsa alarma con Seguridad Pública los cuales se presentaron al residencial, por la falta ya mencionada se solicitó a Seguridad Pública presentarán ante un juez a los dos guardias para presentar cargos. Es importante recalcar que en ningún momento se vulneró la seguridad del residencial. Saludos cordiales (sic)”.
El desmedido afán de ganar seguidores en redes sociales y aumentar el tráfico de sitios web con escuetos informes oficiales o filtraciones de fuentes anónimas insertas en los cuerpos de seguridad, tiene un costo muy alto para el ecosistema digital, muy endeble en estos momentos, y debilita la credibilidad de la sociedad en los medios.
Si a eso sumamos que el éxito de estos informadores se basa no en el tiempo real y apresurado con que difunden los hechos (lo que aumenta el nivel de imprecisión), ni en que la nota policiaca sea la más importante en términos de lectura, sino en el nivel de escolaridad de su audiencia. El Inegi, en su más reciente “Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares 2018” (ENDUTIH), ubica ese nivel, en Quintana Roo, mayoritariamente en secundaria (30.2%) y preparatoria (25.6%).
Estamos en tiempos muy difíciles para el periodismo. No sólo por la seguridad de los periodistas, que pende de un hilo en la era de la Cuarta Transformación -diez comunicadores asesinados en ocho meses, convierten este periodo en el más violento de la historia para el gremio en nuestro país- o por la condiciones de trabajo, que siguen siendo miserables para cientos de periodistas en México, que laboran con empresarios sin escrúpulos que han tomado el negocio como arma política y de presión para hacerse de otros negocios, sino por la credibilidad, el principal activo que hizo del periodismo un pilar de la democracia.
A estos problemas, hay que sumar los de la falta de profesionalización, con periodistas que en el mejor de los casos han terminado la instrucción preparatoria; influenciadores de redes sociales que con miles o millones de seguidores, se adjudican el rol de una actividad para la que les falta no sólo ética, sino estructura y preparación académica; y sin duda, la falta de capacidad emprendedora para hacer de proyectos propios un negocio que sume a la libertad de expresión y al derecho a la información.
Mientras el medio no se profesionalice, el entretenimiento seguirá dominando los contenidos digitales y los clicks mandarán por encima de la calidad del trabajo periodístico. Y si no surgen periodistas emprendedores que entiendan el negocio como un factor necesario de la democracia, los empresarios que tienen las relaciones con el poder y el dinero, seguirán dominando incluso al periodismo digital, la única alternativa viable para los periodistas autónomos y de aquellos con deseos de independencia y respeto por los principios esenciales del periodismo.
