César Muñoz | R360
Desde que fue Jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal (2000-2005), Andrés Manuel López Obrador comprendió el imperativo de crear agenda mediática. Aprovechó la oportunidad de gobernar la ciudad más grande de México e impuso su propio ritmo a nivel mediático, a través de las conferencias de prensa a las seis de la mañana. Trece años después, vuelve con el mismo sello, pero ahora desde la Presidencia de la República.
Para López Obrador es estratégico el control mediático de los temas de la agenda nacional. El origen de esta obsesión está precisamente en la ausencia de una cobertura justa hacia él como candidato, en los tiempos de Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto, cuando los medios más importantes le cerraron la puerta, más por una decisión económica que política.
En el sistema tradicional de México, los medios de comunicación fueron controlados mediante el presupuesto económico que recibían por parte del Estado. Los gobiernos de Calderón y Peña Nieto manejaron discrecionalmente el presupuesto público asignado a distintos medios de comunicación, de tal suerte que el erario servía de mordaza y control.
Aun cuando las leyes electorales fueron modificándose para asegurar un equilibrio en la exposición de candidatos en tiempos oficiales, en radio y televisión, muchas veces operó en la práctica contra López Obrador. Pero no así en Redes Sociales, en las cuales el hoy Presidente fue construyendo su relación con la sociedad hasta llegar a convertirse en las “benditas redes sociales”.
Hoy el Presidente ha logrado lo que ningún otro mandatario en el mundo: el control de la agenda mediática. Todo gira en torno a los temas de “las“mañaneras”; el Presidente imponiendo la agenda, que la mayoría de los medios sigue, a despecho de sus propios intereses.
Hay que reconocer la resistencia y energías que el Presidente tiene para estar parado frente a los medios, en las conferencias de prensa matutinas, por lo menos una hora o más en promedio.
Pero el mismo Presidente ha construido una narrativa terrible para la libertad de expresión, al calificar a la prensa de “fifí”. Eso ha dañado la relación entre López Obrador y determinados medios, que ahora, como en su tiempo lo fue para el Presidente, navegan entre las aguas turbias de la credibilidad y la confianza.
López Obrador, sin duda, ha cambiado la trascendencia de los otrora poderosos medios de comunicación. Los ha debilitado, sin necesidad de recurrir al presupuesto público. Ha socavado su credibilidad, lo que ha resultado en un ambiente de crispación con medios enfrentados al Presidente, como el periódico Reforma.
La incógnita persiste: ¿aguantará el tabasqueño el mismo ritmo hasta el final de su sexenio?