Durante décadas en este país, el sistema partidocrático construido desde el Gobierno de Plutarco Elías Calles y vigente en nuestros días, ha generado una terrible confusión conceptual entre lo que debe ser la voluntad popular de decidir haciendo uso de las herramientas democráticas que comenzaron a formar parte de nuestro Estado de Derecho, al plasmarse en la Constitución Política hasta finales del siglo XX e inicios del XXI, como los derechos humanos progresivos y el control directo y difuso de la constitucionalidad y la convencionalidad; por la voluntad dirigida al estilo priísta de los 70 y 80 en donde estaba prohibido decir, pensar u opinar de manera distinta a lo que dictaba el presidente, bajo el riesgo de ser declarado subversivo, comunista o traidor a la patria.

Sin embargo, ésta forma tan básica y manipuladora de interpretar el significado de la voluntad popular que en su momento a través de “El Contrato Social”, de Juan Jacobo Rousseau, o “El Leviatán”, de Thomas Hobbes, nos expusieron como herramientas de expresión y participación ciudadana de los gobiernos democráticos, paso a ser un sistema partidocrático de manipulación a través de las estructuras orgánicas del partido en el poder y poco a poco fue emulada por los partidos de oposición, acabando así con cualquier posibilidad de autodeterminación de los individuos emancipados.

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Con este sistema mexicano de control político de la voluntad popular de las masas, a través de los partidos y los medios de información, se cumplió la profecía que Rousseau escribiera siglos atrás, “El hombre nació libre y está encadenado por todas partes”. Y como si se tratara de una obligación política de subyugación social, los partidos comenzaron a controlar la vida y las acciones de sus agremiados y líderes a cambio de beneficios, bajo una de las premisas de Augusto Comte que reza: nadie tiene más derecho que el de cumplir con su deber partidista.

Para Peter Sloterdijk, en su obra “Estrés y Libertad”, la idea de voluntad popular, si se utiliza con fines opuestos al bien común, puede resultar opuesto a su interés original: “La idea de la voluntad general fue puesta en práctica por el terror jacobino pocos años después de la muerte de Rousseau. La Revolución de Rusia y China, dejaron descubierto hasta dónde era capaz de llegar la furia del pensamiento unitario por encima de la voluntad popular. El socialismo libio de Gadafi trajo hasta nuestros días, algunos rasgos del fantasma que decían que la voluntad popular debía ser unánime y encarnarse en la unidad de la que todos quieren ser parte.

La libertad de pensamiento y la voluntad popular

Por ello, Sloterdijk nos invita a ejercer la libertad de pensamiento político, ya que no se requiere ser parte de la estructura orgánica de un partido constituido con una mente colmena, para ser un verdadero liberal, conservador, republicano o demócrata, y nos regala esta maravillosa frase: Hoy la liberalidad es demasiado importante para dejarla en manos de los liberales. La cuestión de lo real y su reforma es demasiado importante para confiarla a los conservadores. La salvación del medio ambiente es demasiado importante para relegarla al partido de los verdes. La búsqueda de la igualdad social es una exigencia demasiado importante como para que los socialdemócratas y los partidos de izquierda carguen solos con esa responsabilidad”.

Sin duda, este tipo de reflexiones son las que construyen pensamiento político, y son las que nuestros aprendices de politólogos y alumnos de escuelas de cuadros de las distintas corrientes deberían estar estudiando, porque la política se aprende solamente a través historia universal, filosofía, teoría del Estado, no así, de la tradición oral de los políticos mexicanos.

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