Elena Marín | R360
La discusión sobre el derecho que tiene una persona a decidir sobre continuar viviendo cuando la enfermedad ya no tiene remedio y cuando las oportunidades para los pacientes se han agotado, es una decisión que está llena de miedos, tabúes y creencias religiosas que hacen muchas veces que los familiares lleven a la persona hasta el límite del sufrimiento.
Alargar la vida de las personas con enfermedades terminales generalmente responde a las necesidades de los familiares, quienes no aceptan la posibilidad de que el enfermo puede descansar con la muerte, toda vez que su permanencia en la vida solo lo lleva al sufrimiento físico muchas veces innecesario.
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Esto tiene que ver más con las necesidades de las personas que rodean al enfermo y no con lo que éste necesita, los familiares no se quieren resignar a la pérdida de su ser querido y ponen por encima del dolor físico del paciente su propia necesidad de no sufrir emocionalmente su pérdida y cuando la muerte llega por fin se sienten aliviados porque ellos estuvieron ahí, pero no toman en cuenta lo que el fallecido sufría.
La muerte de un familiar nos enfrenta con la nuestra y esto no se acepta, por lo que es más fácil acompañarlo en lo que se considera “una lucha contra la muerte” que aceptar la voluntad del que está sufriendo, para que sea él quien decida.
La muerte por compasión es también llamada eutanasia o buena muerte. La eutanasia activa consiste en tomar una acción de manera deliberada para acabar con una vida, con la finalidad de concluir el sufrimiento o permitir que un enfermo terminal muera con dignidad. Ésta es considerada ilegal.
La eutanasia pasiva, que consiste en retirar o discontinuar a propósito el tratamiento que puede prolongar la vida de un enfermo terminal, entre los que pueden estar medicamentos y algunos equipos para soporte de vida como tubos de alimentación. En algunos lugares y circunstancias es legal.
Esta forma de morir se ha utilizado desde siempre para poner fin al sufrimiento de las personas, sin embargo no tiene mucha aceptación, por creencias religiosas, sobre todo del cristianismo que considera que una persona que opta por su muerte o alguien se quita la vida no va al cielo y está sustentado en el quinto mandamiento de la Ley de Dios: no matarás.
El suicidio asistido o eutanasia activa, que es cuando un médico o alguien más ayuda a una persona a morir, por lo menos en México es un tema controvertido que no permite discusión; en otros países como Bélgica, Holanda y Luxemburgo, esta práctica es legal.
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En la Ciudad de México se creó la Ley de Voluntad Anticipada que permite a las personas decidir sobre su deseo de tomar solo paliativos y acompañamiento en lugar de recibir tratamientos que puedan alargar su vida, en los casos en que han sido diagnosticados con una enfermedad terminal. En el país 14 estados han aprobado leyes similares, Quintana Roo no es uno de ellos.
En este caso se trata de la ortotanasia o lo que es lo mismo la actuación correcta ante la muerte por parte de quienes atienden al que sufre una enfermedad incurable o en fase terminal, se trata de la muerte con dignidad de una persona que no implica el uso de algún tipo de medio o equipo para terminar con la vida de alguien.
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Quienes optan por esta alternativa en México, son personas de entre 61 y 80 años y el 64 por ciento que otorga su voluntad anticipada, son mujeres.
Sobre la autora: Licenciada en Intervención Educativa, Maestra en Psicoterapia Humanista y Diplomado en Programación Neurolingüística e Hipnosis Ericksoniana.