CHETUMAL, QRoo.- De lograr una producción de más de 30 mil toneladas de chile jalapeño anualmente hace una década, hoy los agricultores sólo obtienen tres mil toneladas, además de que solo restan 60 productores de más de dos mil que hubo en su etapa de mayor auge.
De acuerdo a José Luis Sánchez Chau, presidente de los Productores Chileros de Quintana Roo, el cultivo del chile jalapeño es una actividad a la que no se le ha dado el impulso suficiente en los últimos años, pese a que ha quedado comprobado que tiene potencial en el estado.
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Recordó que este producto tuvo su auge desde el sexenio de Joaquín Hendricks, alcanzando su pico más alto en el periodo del gobierno de Félix González Canto. En esas dos administraciones se dio apoyo para el crecimiento de la actividad, incluso se instaló una empacadora en el parque industrial de la comunidad de Huay-Pix, de la empresa Herdez.
La producción era bondadosa y tuvo un crecimiento exponencial superando las expectativas que en su momento se tenían, aunque en la gran mayoría de las hectáreas cultivadas se trabajaba con riego de temporal.
En el estado se llegaron a contar con alrededor de tres mil hectáreas de cultivos de chile jalapeño y con poco más de dos mil productores, principalmente de ejidos y comunidades de Othón P. Blanco y Bacalar.
La producción llegó a más de 30 mil toneladas del picante al año, sin embargo el problema principal siempre fue la falta de canales de comercialización directos con las empresas. El “coyotaje” o intermediarios son los que se llevaban las mejores ganancias.
En la administración de Roberto Borge Angulo, el sector fue descuidado e inició una caída estrepitosa. Los apoyos al campo comenzaron a escasear, principalmente para la producción de picante y productores optaron por sembrar hortalizas relativamente más seguras, aunado a que el clima no favoreció la actividad, fueron casos extremos: la sequía y el exceso de lluvias.
En la actualidad en el estado sólo alrededor de 20 ejidos se dedican a esta actividad como Altos de Sevilla, Blanca Flor, San Román, Nuevo Jerusalén y Francisco J. Mújica, así como algunos poblados de la zona limítrofe con Campeche.
De las cerca de tres mil hectáreas que se cultivaban (de la especie conocida como San Benito) ahora solo se siembran poco más 100.
La derrama en la mejor época alcanzaba, al año, un promedio de 75 millones de pesos (dos mil 500 pesos por tonelada), mientras que ahora un millón 650 mil pesos (cinco mil 500 por tonelada).
La producción sigue siendo de temporal, solo que al inicio de la siembra por cuestiones climáticas se corrió de mayo a septiembre. Sin embargo muchos productores ya no tienen interés en esta actividad, pues se dedicaron al cultivo de la calabaza conocida como chihua, de la que se obtiene la pepita, y a otro tipo de hortalizas. Incluso a la producción de tilapia y cría de ganado.
La actividad nunca ha tenido un seguro catastrófico y la única vez que se intentó obtener los productores resultaron defraudados.
En su momento y debido a la producción suficiente de chile que había en Quintana Roo, el producto llegó a ser accesible en sus precios, apenas por encima de los 10 pesos por kilogramo en el mercado local y al público. Hoy el costo por kilogramo está en 50 pesos promedio.
Último intento para rescatar el picante
José Luis Sánchez Chau señaló que para el rescate de la actividad los productores se encuentran inmersos en un proyecto que trabaja el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap) en el estado y el Consejo Quintanarroense de Ciencia y Tecnología (Coqcyt).
El proyecto tiene como objetivo mejorar la calidad del producto, pero también reimpulsar el cultivo del picante en el estado. Aunque las pruebas piloto de la especie que se mejora para producir en Quintana Roo se están haciendo en el estado de Yucatán, sin embargo en los próximos días se informará sobre los avances.
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Una vez que se obtengan los resultados se determinará el plan a seguir y el proyecto de siembra para el estado de Quintana Roo con el apoyo de ambas instancias, en lo cual se fijan las esperanzas para recuperar al menos parte de la producción que por años ha quedado en el olvido y para que la actividad pueda generar mayor derrama económica en beneficio de los productores locales.