Cada año, durante la Semana Santa, la liturgia católica viste de blanco el Jueves Santo. Este detalle, que podría pasar desapercibido para algunos, tiene un profundo significado espiritual e histórico.
El color blanco no solo resalta visualmente sobre los tonos más sobrios del resto de la Semana Santa, sino que representa pureza, esperanza y solemnidad en una jornada cargada de simbolismo: el día de la Última Cena de Jesús con sus apóstoles.
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Una mesa, un adiós
El Jueves Santo conmemora la Última Cena, un momento clave en la tradición cristiana. Según los evangelios, Jesús se reunió con sus doce discípulos para compartir el pan y el vino, instaurando así el sacramento de la Eucaristía. Pero más allá del acto religioso, esa cena fue un gesto íntimo de despedida. Jesús, consciente de su destino, compartió con sus amigos más cercanos no solo alimento, sino palabras de amor, advertencia y promesas.
Este momento de recogimiento y afecto no está marcado por el luto —ese llegaría al día siguiente, con la crucifixión—, sino por una mezcla de serenidad y entrega. Por eso, el blanco en el Jueves Santo refleja esa pureza de intención, el amor fraternal y la preparación espiritual para el sacrificio.
El blanco en Jueves Santo como símbolo
En la liturgia católica, los colores de las vestiduras no son aleatorios. El blanco se utiliza en celebraciones de gozo y luz: Navidad, Pascua, festividades de santos no mártires… y el Jueves Santo. A pesar de estar enmarcado en la Semana Santa, una época de duelo, este día es diferente. Celebra el acto amoroso de Jesús al instituir la Eucaristía y lavar los pies de sus discípulos como símbolo de humildad y servicio.
Este color también contrasta con los tonos oscuros del Viernes Santo, subrayando el cambio de tono emocional: del compartir fraterno al dolor de la pasión.
Leonardo da Vinci: arte eterno para una cena eterna

La Última Cena ha sido fuente de inspiración para incontables artistas, pero fue Leonardo da Vinci quien la inmortalizó como imagen icónica de la cristiandad. Entre 1495 y 1498, el genio renacentista pintó Il Cenacolo en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie, en Milán.
Lo que hace única a esta obra no es solo su maestría técnica, sino la forma en que captura la emoción del momento. Leonardo eligió representar el instante en que Jesús anuncia que uno de los presentes lo traicionará. Los rostros de los apóstoles muestran sorpresa, confusión, tristeza. Es un momento humano, intensamente dramático, que revela el carácter de cada discípulo y, al centro, la serenidad de Cristo.
Con esta pintura, Leonardo no solo dejó una obra maestra, sino que tradujo en arte el significado más profundo del Jueves Santo: la entrega desinteresada, el vínculo humano y la eternidad de un gesto de amor.
El blanco del Jueves Santo no es solo un color litúrgico. Es la memoria de una cena que cambió la historia, un adiós lleno de significado y un acto de amor inmortalizado para siempre por el pincel de un genio.

