Durante décadas ha costado establecer la democracia, nuestro país, un país bárbaro en el que la sangre corrió con la conquista, con la independencia, con la intervención de los conservadores para crear el estado centralista, con las guerra contra Estados Unidos, la de reforma, así como con la Cristeada y la Revolución Mexicana.
Ahora, con la imposibilidad de mantener pacífico todo un territorio hundido en la violencia derivada de incapacidad gubernamental para contener al crimen organizado, alimentado desde el propio Estado por el cáncer de la corrupción, es más complicado establecer la democracia.
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Este país tuvo como forma de Gobierno post-revolucionario al régimen de cachorros de la lucha armada que tuvo a bien generar una primera etapa de desarrollo y de crecimiento, para culminar con el autoconsumo de sus propios logros, fomentando la más terrible corrupción, hundiendo al país en la peor de las miserias, y generando un sector extremadamente privilegiado de amigos, parientes y socios que se enriquecieron del dinero público y vivieron felices del presupuesto.
El régimen priísta, que heredaron y compartieron felices con los panistas, se perpetuó en el más opaco sistema electoral que afectó la democracia, en el más inoperante esquema de derechos humanos y en una maquinaria que desde el propio Estado fraguaba la creación de normas para seguir simulando una democracia inexistente con base en el mayoriteo legislativo, sin discusión, sin entendimiento y sin razón, a costa del sufrimiento de un pueblo, desde entonces, hundido en pobreza y violencia.
Época sin democracia
Sin embargo, durante esa terrible época sin democracia, que duró 100 años, la pequeña, pero muy combativa izquierda mexicana logró impulsar un órgano electoral ciudadano denominado Instituto Federal Electoral, hoy Instituto Nacional Electoral.
Se logró establecer las bases de un tribunal electoral que comenzó como órgano contencioso administrativo y que hoy es parte del Poder Judicial de la Federación.
Esa misma izquierda impulsó a tirones la creación de una Comisión Nacional de Derechos Humanos, así como instituir la transparencia como una obligación para todas las autoridades en la propia Carta Magna.
Y más aún, la izquierda logró establecer las bases de un sistema de partidos controlado desde los órganos constitucionalmente autónomos para evitar aquellas afrentas que desde los tiempos del PRI de los 70 se daban en los procesos internos y constitucionales electorales.
De acuerdo con Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en la obra Cómo mueren las democracias: “Sin unas normas sólidas, los mecanismos de control y equilibrio no funcionan como los baluartes de la democracia que suponemos que son”.
“Las instituciones se convierten en armas políticas, esgrimidas enérgicamente por quienes las controlan en contra de quienes no lo hacen. Y así, es como los autócratas electos subvierten la democracia, Llenando de personas afines a instrumentalizando los tribunales y otros organismos neutrales, sobornando a los medios de comunicación y el sector privado y reescribiendo las reglas de la política para inclinar el terreno del juego contra el adversario”.
“La paradoja trágica de la senda electoral hacia el autoritarismo es que los asesinos de la democracia utilizan las propias instituciones de la democracia de manera gradual, sutil e incluso legal para liquidarlas”.
Pero todo ello, se mantenía bien aceitado por las amenazas constantes que el sistema priísta controlaba muy bien, y que, a través de liderazgos forjados por años y años de promesas, de despensas, de programas sociales, de apoyos para el campo, del control de las plazas gubernamentales y de los escalafones basados en la cantidad de votos o de acarreados que el funcionario pudiese llevar ante la presencia del gran tatich.
Funcionaba a la perfección para seguir manteniendo esa eterna y constante simulación mexicana, que tanto expresaba Eduardo del Río “Rius”, de que “tú haces como que trabajas y yo hago como que te pago”, o bien , “tú haces como que me aplaudes a cambio de la torta y el chesco y yo hago como que te gobierno”.
Pero nadie contaba con que la llegada de la alternancia pactada con el PAN, llámense Fox y Calderón, estas cadenas productivas de votos y liderazgos simulados, se romperían poco a poco ante la falta de experiencia en la democracia de los líderes, de los nuevos encargados del país, lo que comenzó a abrirle los ojos a la ciudadanía que por un momento despertó de la matrix para ver el engaño monumental en que estábamos.
Dicho en palabras de Slavoj Zizek en su obra Lacrimae Rerum, haciendo alusión al pasado: “Tomemos por ejemplo la desintegración del bloque comunista finales de los años ochenta: el hecho principal era la pérdida del poder por parte de los estados comunistas, pero la ruptura crucial tuvo lugar a otro nivel, en aquellos momentos mágicos en qué, estando los comunistas formalmente en el poder, el pueblo perdió el miedo de repente y dejó de tomarse en serio las amenazas”.
Hoy, la izquierda mexicana se está reagrupando y a la vez dividiendo; por un lado, en un momento histórico, finalmente detentamos el poder y estamos generando desarrollo en infraestructura del Estado, revirtiendo el terrible saqueo neoliberal y poco a poco mejorando la situación de millones de mexicanos.
Pero, por otro lado, el propio Estado está adoptando vicios príistas para minar la función de los órganos constitucionalmente autónomos, en materia electoral, en materia de transparencia, en materia de división de poderes, y desde mi opinión, debemos enderezar el rumbo y no caer en los mismo errores que citamos al principio de este texto, porque como dice #Residente “Si quieres cambio verdadero, camina distinto”.