Durante la historia más densa del Imperio Romano, del 200 aC al 200 dC aproximadamente, el Senado fungió como un ente sancionador de los resultados obtenidos por las diversas dinastías que gobernaron el Imperio.
En este orden de ideas, fue común el ungir como dioses a los emperadores después de su muerte, con excepción de Cayo Julio César Augusto, quien fue hecho Dios en vida y de la deificación cerca del 218 dC de una mujer, Julia Domna, esposa de Septimio Severo, madre de Antonino “Carcalla” y abuela de Marco Antonino Severo, todos ellos emperadores.
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Es así que, la mayoría de los emperadores al final de su mandato y luego de su muerte, ya fuera en batalla, por envenenamiento o por enfermedad, finalmente atravesaban la Laguna Estigia en la barcaza de Caronte para encaminarse al Olimpo a diferencia de todas las almas que retomarían sus caminos dependiendo de su desenvolvimiento en la tierra.
Claro está, solo si tenían monedas para Caronte, ya que en caso contrario estaban condenadas a vagar en pena por cien años para poder cruzar la laguna. Pero esa es otra historia.
Lejos del membrete de Dios
Sin embargo, así como los emperadores de Roma podían llegar a ser Dioses y gozar de las bondades de vivir en el Olimpo como Júpiter, Marte, Minerva y los demás dioses; pero también era posible que aquellos que habrían abusado del poder y traicionado a Roma, fueran condenados a la “Damnatio memoriae”.
Este castigo, también era impuesto por el Senado, maldiciendo la memoria del mal gobernante y ello implicaba destruir sus recuerdos, incluso con la demolición de sus estatuas o bustos y la desaparición de su nombre en la historia, lo que significa un enorme golpe al honor de un ser humano.
Este castigo era equivalente a que Caronte, el barquero, te llevara a las profundidades del Río Leteo, o río del olvido, del que jamás salían las almas allí depositadas.
Hoy en México, a 2000 años de distancia, al parecer estamos bastante confundidos, ya que tenemos legislaciones administrativas y penales para tomar medidas contra gobernantes corruptos o que han abusado del poder; y sin embargo, en algunos casos, aún con sentencias judiciales de por medio, se siguen venerando como si se pretendiera deificarlos, lo que habla muy mal de un pueblo que solo sigue la inercia de las masas, así como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.