El juicio sucesorio, de conformidad con la IA de la editorial Tirant lo Blanch, puede definirse como un mecanismo legal mediante el cual se efectúa la distribución del patrimonio de una persona fallecida entre sus sucesores, según lo estipulado en su testamento (sucesorio testamentario) o conforme a la ley (sucesorio intestamentario), garantizando el cumplimiento de sus últimas voluntades o la asignación justa de la herencia a sus familiares próximos, en caso de no existir testamento.
Según el “Diccionario Jurídico de la Facultad de Derecho de la UNAM” (2023, Pérez Carvajal y Campuzano), el heredero es la persona física o moral designada por el autor de la sucesión en su testamento o por disposición de la ley, quien adquiere a título universal bienes y derechos que pertenecían al autor de la herencia, así como las obligaciones que este no logró liquidar en vida.
También te puede interesar: Madre soltera genera sustento familiar con la venta de tortillas hechas a mano
Cómo funciona el juicio sucesorio en casos sin testamento
Sin embargo, aunque el derecho civil establece las formas para llevar a cabo una sucesión a través del Código Nacional de Procedimientos Civiles y Familiares, esta ha sido históricamente más exitosa en lo familiar y privado que en lo público. La historia demuestra que el poder difícilmente se hereda y, cuando sucede, suelen presentarse catástrofes.
En este sentido, y tomando como regla general que todo lo que ocurre en política ya sucedió en Roma y volverá a suceder, iniciamos este texto. Conocer la historia escrita de Roma permite entender y actuar ante los diversos escenarios que plantea la actualidad.

Algunos ejemplos del juicio sucesorio los presenta con claridad la obra “Maldita Roma” (2023, Posteguillo), donde se narra la historia de Lucio Cornelio Sila, quien al asumir el poder dio inicio a una administración de terror y abuso por parte de la oligarquía del Senado, encabezada por Lucio Sergio Catilina, derrocados con el tiempo por el joven cónsul Cayo Julio para impedir que el gobierno fuera heredado por los “Cornelios”.
Otro caso de sucesiones infructuosas es la dinastía Flavia, narrada en “Circo Máximo” (2013, Posteguillo), que relata la muerte del emperador Vespasiano y su hijo Tito, dejando el gobierno en manos del menor, Domiciano. Este instauró una tiranía sin precedentes, monopolizando comercio y agua hasta enriquecerse. La corrupción terminó con Marco Ulpio Trajano tras el asesinato de Domiciano, restaurando el orden en el Imperio.
Experiencias históricas de sucesión revelan lecciones del juicio sucesorio
La sucesión de Septimio Severo, descrita en “Yo, Julia” (2018, Posteguillo), muestra cómo la emperatriz Julia Domna estableció un cogobierno entre sus hijos Publio Septimio Geta y Marco Aurelio Antonino “Caracalla”. Con el tiempo, Caracalla asesinó a Geta y borró su memoria histórica mediante la damnatio memoriae, generando caos hasta que un pretoriano leal a la emperatriz, Macrino, lo asesinó, dando paso a otro heredero, Sexto Vario Avito Basiano, conocido como Heliogábalo, quien gracias a tutores evitó convertirse en tirano.
Ejemplo de juicio sucesorio como el de Baal, dios africano, narrado en “Aníbal” (2005, Durham), muestran que incluso las deidades enfrentaron problemas de sucesión. Baal debió eliminar a Yam, dios de los ríos, para detener su tiranía, evidenciando cómo la herencia del poder puede generar conflictos violentos.
Tal como muestran estos textos históricos, los intentos de heredar el poder han generado caos y tiranías, muchas veces por falta de compromiso y de amor al pueblo por parte de los herederos. Hoy en México, hijos de expresidentes, independientemente de su filiación política, demuestran no estar a la altura de sus progenitores.
Los recientes acontecimientos, reflejados en medios nacionales e internacionales, muestran que lo ocurrido en Roma sigue vigente. Por ello, es recomendable que un juicio sucesorio se mantenga en el ámbito privado y no en lo público, para evitar caos y contratiempos gubernamentales.

