La libertad de expresión es, además de un derecho consagrado en los Artículos 6 y 7 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, un derecho fundamental consignado en instrumentos internacionales como la Declaración Universal de Derechos Humanos. Sin embargo, han surgido voces que proponen que este precepto sea actualizado sobre todo en el ejercicio periodístico que hoy pasa por una desafortunada crisis de credibilidad ante las audiencias.
La libertad de expresión ha estado ligada principalmente al desarrollo de los medios de comunicación masiva, como una expresión de la democracia. Cuando un estado da un giro hacia el autoritarismo, lo primero que hace es poner un cerco a la libertad de expresión y por ende, a la democracia, esa forma de sistema político en la cual la soberanía reside en el pueblo.
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Pero, ¿qué sucede cuando en una democracia los medios de comunicación son los que deciden usar la libertad de expresión con intereses aviesos?
Por desgracia, la historia del desarrollo de los medios de comunicación ha estado ligada a la protección de intereses particulares, a la de sus poseedores. En el mundo, son unas cuantas familias las que dominan las empresas mediáticas; son las que deciden desde sus propios intereses qué decir o qué no decir bajo el manto protector de la libertad de expresión.

Intereses privados distorsionan el sentido original de la libertad de expresión
El periodismo ha sido un vehículo útil para los intereses de esas familias que han tomado su activo más preciado, la búsqueda de la verdad, para atacar al enemigo ideológico en turno y para convertir a los periodistas en eficaces instrumentos de sus intereses.
Cuando el periodismo se vuelve militante o se convierte en propaganda, la libertad de expresión se ve condicionada, sujeta a la mentira como valuarte.
Con la llegada de las redes sociales se abrió un camino potente para la libertad de expresión; permitió el resurgimiento del periodismo independiente, que se ha convertido en un pulmón contra el conglomerado mediático que cada vez muestra más signos de debilitamiento económico y político.
Libertad de expresión se tensiona por la división entre derecha e izquierda
El país hoy está dividido, como nunca, entre dos bloques antagonistas: la derecha y la izquierda. Los medios de comunicación tradicionales (periódicos, radio y televisión) giran en el primero, mientras que las nuevas voces de las redes sociales y del periodismo independiente gravitan en el segundo. Son dos visiones opuestas que alimentan a diario a sus audiencias, en una batalla que tiene por protagonistas a periodistas del viejo régimen de la derecha contra periodistas del nuevo régimen de la izquierda.
En medio de esas visiones, la libertad de expresión juega su papel de derecho constitucional y fundamental, pese a los intereses demasiado visibles de uno u otro bando.
Ante esta realidad, ¿es necesario poner límites a la libertad de expresión? Parece una utopía dado que un derecho natural sólo se puede limitar por autorregulación o por actos de conciencia, y en su forma legal, por el derecho de réplica y la defensoría de audiencias. Evitar el libertinaje sería lo ideal, pero hoy es y será una batalla perdida, justamente por los intereses ocultos que se defienden en nombre de la libertad de expresión.

