KANTUNILKÍN, QR.- La presencia de comidas típicas marcó el inicio de las celebraciones en honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción, patrona de esta comunidad maya.
La festividad, que reúne a devotos, autoridades tradicionales y visitantes, quedó enmarcada por un momento de especial significado cultural: los sacerdotes mayas Pascual Balam Tuz y Román Dzib Canul realizaron oraciones en su lengua materna antes del ritual culinario, reforzando la identidad ancestral de la región.
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Este año, los organizadores destacaron que la variedad de platillos reafirma la importancia de preservar las comidas típicas como parte esencial del patrimonio gastronómico local.
Devoción y cultura unidas por comidas típicas
Antes de ser ofrecidos, los alimentos fueron colocados en jícaras tradicionales, cumpliendo el protocolo ceremonial previo a la presentación del relleno negro, la cochinita pibil, los chicharrones y diversas bebidas.

Según el presidente del Consejo Supremo Maya, Donaciano Poot Chan, los rituales y ofrendas se llevarán a cabo durante doce días consecutivos, culminando el 8 de diciembre, fecha en la que se realiza la tradicional procesión.
La continuidad de estas prácticas confirma que las comidas típicas no solo son sustento, sino un puente cultural entre generaciones.

Las festividades también incluyen un despliegue culinario de gran magnitud. De acuerdo con datos de los organizadores, durante los días de celebración se sacrifican alrededor de 600 cerdos, responsabilidad que recae en los gremiistas y diputados encargados de mantener viva esta costumbre.
Por las noches, los socios disfrutan del popular chocolomo, un caldo de res tradicional que refuerza el papel central que tienen las comidas típicas en cada jornada festiva.

Estas expresiones gastronómicas destacan el valor simbólico de los alimentos dentro de la vida comunitaria maya. Cada preparación se convierte en un acto de gratitud y cohesión social, reafirmando que, más allá de su sabor, las comidas típicas representan un legado que se renueva año con año.

La combinación de devoción religiosa, ritualidad indígena y riqueza culinaria convierte a esta celebración en un referente cultural dentro del estado de Quintana Roo, donde identidad y tradición se entrelazan a través del acto de compartir la mesa.

