Conocí a Manuel Escalante Alcázar hace 18 años, cuando ambos éramos jefes de información en los periódicos de Grupo Sipse. Los dos llegamos a ser directores de nuestros medios, él, en Milenio Novedades; yo, en Novedades de Quintana Roo.
Nuestros destinos tenían un vínculo llamado Álvaro Ruiz Méndez, un periodista que era nuestro jefe, y que confió siempre en nuestras habilidades para conducir los proyectos insignia de uno de los grupos de medios más importante en la Península de Yucatán.
También te puede interesar: Implementan acciones para combatir sargazo en el estado
Con amigos como Manuel las anécdotas no terminaban, menos cuando se trataba de un ser que siempre estaba bromeando, en las buenas y en las malas. Siempre presumió que las buenas amistades y los buenos negocios para los medios en que trabajó, los hizo en una cantina, aunque nunca lo vi pasado de copas.
Manuel, como muchos de nosotros, los periodistas, trabajó para varios medios simultáneamente, para poder compensar el salario y mantener a su familia. Nunca me dijo que laboraba en la radio, solo lo descubrí por accidente un buen día, escuchando Radio Fórmula nacional. Su voz de momento no la reconocí, pero la fui descifrando por el tono con cierto ritmo yucateco, dando un reporte meticuloso, pausado, sin desperdicio de tiempo. En ese momento le tuve mucho más respeto del que ya le tenía como periodista.
A Manuel y a mí nos unió la confianza y la camaradería, pero sobre todo, la amistad, una amistad que siempre puso a prueba nuestra labor y que con el pasar de los años, se mantuvo ilesa.
Recientemente, Manuel estaba como jefe de información en el periódico 24 Horas Yucatán. Estaba ilusionado, tras una pausa de andar fuera de los medios.
Las empresas mediáticas son una adicción para quienes tenemos ya largo tiempo en ellas. Nos dejan satisfacciones, pero también los saldos de la responsabilidad: pocas horas de sueños y muchas preocupaciones; una alimentación deficiente y la condena de llevar una vida sedentaria, en la cual el ejercicio llega a ser un lujo. Vimos crecer a nuestros hijos a distancia, y no en pocas ocasiones asistimos a sus cumpleaños en calidad de fantasmas, con una presencia fugaz por la prisa de regresar a nuestras redacciones.
El trabajo no evitó que intercambiáramos burlas de nuestros equipos de fútbol; él, un americanista de hueso colorado; yo, con un cariño apasionado por los pumas de la UNAM.
Hace muy poco Manuel tuvo un infarto previo al que se lo llevó. Me escribió por WhatsApp para decirme que ya sentía que se estaba yendo, bromeamos con su circunstancia, como siempre lo hacíamos, porque para él la solemnidad no existía en ese mundo que construyó con base en lo cotidiano, en lo simple, sin complejidades.
Manuel se fue a los pocos días de su primer infarto, sin dar tiempo de vernos por última vez. Hoy aún sigo sin asimilar que ya no está, sigo en la etapa de negación. Así pasa con los amigos entrañables, con los amigos por los que nunca te pasa por la mente que algún día se tienen que ir.
Desde aquí, Manuel, te sigo con la memoria, con la nostalgia y con los recuerdos. Hasta pronto, señor director.