Adentrarse en las letras del especialista en filosofía, sociólogo y psicoanalista lacaniano Slavoj Zizek, director del Instituto Bibreck para las Humanidades de la Universidad de Londres e investigador del Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana, Eslovenia, es como percibir en cámara rápida una serie de acontecimientos y pensamientos aún no engendrados, sino en proceso.
Basados en la filosofía, nos hacen situarnos en una pos realidad que sabemos que se encuentra allí, pero a la que nuestros enlaces entre dendritas y axones aun no tienen acceso.
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En la obra “Como un ladrón en pleno día. El poder de la poshumanidad”, Zizek, quien se ha convertido rápidamente en mi autor contemporáneo favorito y que pareciera nadar de forma sincronizada con “La sociedad del cansancio” de Byung-Chul Han (filósofo y ensayista coreano contemporáneo de la Universidad de Berlín), nos recuerda que la función de la filosofía es la de cambiar a la juventud, alienando el orden político, ideológico y social, para sembrar dudas y obligar a las personas, a pensar, pero a pensar de forma autónoma.
Ese es el papel fundamental de la filosofía en el que, al parecer, los filósofos y creadores de conciencia que engendraron el nacimiento de la #CuartaTransformación, lograron con éxito en un cambio radical de régimen, pero al paso del tiempo, pareciera haberse detenido la locomotora de pensamiento crítico y constructivo.
Y allí es donde no debemos olvidar jamás la mayor de las enseñanzas que Sócrates (filósofo griego a quien se le considera padre de la filosofía universal que vivió en el 400 a.C) nos dio.
El precio que pagó Sócrates por la filosofía
El gran filósofo griego fue obligado a beber cicuta por un tribunal emanado de una democracia cuyos fundamentos descansaban en pilares filosóficos, precisamente por atreverse a instar a los jóvenes a generar pensamientos críticos que reformularan incluso, la misma democracia recién construida.
Hoy en México tenemos un nuevo régimen que emana de un pensamiento doctrinario filosófico muy claro y que fue sostenido por una gran colectividad de pensadores, que poco a poco se ha ido desgranando al paso del tiempo.
Es decir, que no emana de una persona, como si de un mesías se tratara, y que, mucho menos descansa en un partido en el que dista mucho de contar con una ideología clara o propia, ya que se compone de múltiples ideologías políticas de izquierda y de derecha que cobran vida en el ejercicio público de manera orgánica a través de un gobierno.
Siguiendo con Zizek, éste hace mención en su obra de Péter Sloterdijk (filósofo y ensayista alemán contemporáneo de la Universidad de Viena), a quien define como un incitador a pensar peligrosamente, a cuestionar los supuestos de libertad y dignidad humana de nuestro estado de bienestar actual.
Esa es precisamente la función que deberían tener no solo las universidades de hoy en México, y en todo el mundo, sino los grupos de formación política de oposición y oficiales para ser un constante motor que movilice a las personas a pensar, a cuestionar y a criticar, ya que de otra forma, si solo nos quedamos en el discurso de las mañaneras sin cuestionarlo todo, es posible que caigamos nuevamente en un estado conformista como en el que estuvimos atrapados desde la Revolución Mexicana hasta 2018.
Hagamos pues el ejercicio de poner en práctica las enseñanzas de la filosofía política de Sócrates y Sloterdijk, y seamos críticos y cuestionemos cada vez más para crecer como gobernados informados y como gobierno consciente. Para no seguir, como diría Joaquín Sabina (poeta, escritor y cantante contemporáneo español), como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.