Jazmín Ramos | R360
CANCÚN, QRoo.- Una zona hotelera desolada. Antros, bares y restaurantes bajaron sus cortinas; los centros de hospedaje redujeron el personal hasta en un 70 por ciento, mientras que los más afectados por el bajón de turista de plano cerraron, dejando un alud de desempleados: hasta el momento 400 mil. Cancún, el principal destino vacacional de México, fue alcanzado por la emergencia sanitaria del Covid-19.
Las acciones de contención contra la pandemia, el cierre de fronteras y la cancelación masiva de las reservaciones prácticamente aniquilaron la actividad turística del Caribe Mexicano; el tiro de gracia llegó al prohibir el acceso a las playas. Ahora, efectivos de la policía turística y de la Guardia Nacional son quienes recorren la franja costera para inhibir la presencia de visitantes.
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En la entrada del corredor turístico las luces rojas y azules parpadean, los pocos automovilistas que transitan por la zona reciben el alto del filtro policiaco, se les interroga hacia dónde se dirigen, sin son turistas, residentes del área de playas o trabajadores, y a quienes no justifican su visita les impiden el paso.
Ahí comienza la travesía sobre el bulevar Kukulcán, hacia una zona hotelera desolada, alejada de la eterna fiesta, del bullicio de los bañistas, del ir y venir de los turistas que recorren las plazas comerciales o los restaurantes, de eso, no queda nada, son tiempos de pandemia, una experiencia nunca vista en Cancún, lo más cercano fue la contingencia de la Influenza H1N1 que pegó en el 2009.
Conforme se avanza en la noche al corazón de la zona turística, las calles lucen solitarias, a lo lejos un desbalagado autobús del servicio urbano de Autocar con dos pasajeros, son de los afortunados que aún conservan su empleo, pues desde el inicio de la pandemia comenzaron los despidos; el sector patronal sin ninguna clase de filtro barrió parejo, dieron de baja a cientos de trabajadores y lo peor, sin finiquito como marca la Ley Federal del Trabajo.
Al continuar el recorrido el silencio es interrumpido por el oleaje de la marejada de las aguas que se unen con la Laguna Nichupté, ahí en el puente Sigfrido, a unos cuantos metros el Jardín de Arte, solitario, comúnmente es visitado por pescadores aficionados que se reúnen en palomilla.
Los hoteles a lo largo de corredor sin el brillo que los caracteriza, sólo una que otra habitación iluminada; según datos de la Asociación de Hoteles de Cancún y Puerto Morelos la ocupación cayó al cinco por ciento, uno de los golpes más fuertes que ha sufrido la industria, ni en los desastres ocasionados por el huracán Gilberto (1988) o Wilma (2005) se registraron esos niveles.
Al llegar a la zona de antros una patrulla estacionada por plaza Fórum perifonea con un sonido casi apocalíptico: #QuédateEnCasa. El centro comercial cerrado y la icónica guitarra del Hard Rock, con las luces apagadas.
Un solitario taxista hace sitio en la zona que suele ser concurrida por los vacacionistas, al punto de que en la temporada alta se genera un cuello de botella que hace insostenible la movilidad; hoy nadie camina por el lugar.
La eterna fiesta en los antros y bares es la gran ausente, todos bajaron cortinas, a los lejos se escucha música proviene del restaurante Pepers, el único que permanece abierto ubicado en la entrada del Callejón de los Milagros; uno de los meseros se acerca y afirma con orgullo: “Aquí estamos, al pie del cañón”.
Dice llamarse José, mientras relata que su patrón se resiste a cerrar, algo que agradece porque sigue conservando su trabajo. Las mesas vacías pero asegura que en lo que va del turno han atendido tres visitantes: “ya es ganancia”.
Al fondo, la oscuridad se hace presente, local tras local cerrado y en contraesquina se vuelve a escuchar música: es el restaurante Cancún Grill, con una sola mesa ocupada. Dos comensales sobresalen, son originarios de Estados Unidos, no cancelaron su viaje por lo que decidieron seguir con sus planes vacacionales.
De ahí sigue una estela de comercios cerrados, las calles vacías, ni peatones ni automovilistas; el recorrido rumbo a El Mirador. El escenario es más desolador, el parador fotográfico se encuentra cercado con cinta amarilla, como si fuera la escena de un crimen.
Un motopolicía hace rondines, uno más sobre la acera contempla la noche, es interrumpido por cuatro vacacionistas que descienden de un auto rojo y tratan de tomarse la clásica fotos del recuerdo en las letras gigantes de Cancún; son retirados, regresan a su vehículo y se pierden en la penumbra.
Ese es el Cancún de noche, de ahora, en tiempos de la pandemia, sin fiesta, sin algarabía, con hoteles cerrados y custodiados por policías que invitan a regresar a casa.