La noche del 15 de septiembre, el empresario Ricardo Salinas Pliego (el “tío Richie“), utilizó la concesión que el Estado le otorgó en TV Azteca para lanzar su propio Grito de Independencia y para difundir un mensaje propagandístico de apoyo a su movimiento que busca erigirse como oposición y de paso, afianzar una posible candidatura a la Presidencia de México, para 2030. Sin embargo, está destinado al fracaso.
El tío Richie, como se da a conocer en redes sociales, aún no ha asimilado que México lleva un proceso gradual de cambio, que empezó por dinamitar uno de los pilares más importantes que rigió al mundo por más de 30 años: el neoliberalismo.
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El tío Richie perfila su candidatura presidencial para 2030
Esa doctrina económica le dio amplios beneficios a empresarios como él, que compraron a precio de ganga las empresas del Estado en la época privatizadora de los gobiernos del PRI. En su caso, adquirió Imevisión (canales 7 y 13) en un cuestionado proceso de licitación en 1993, por el que pagó 650 millones de dólares. Parte de ese dinero, 29 millones de dólares, fue aportado por Raúl Salinas de Gortari, hermano del presidente Carlos Salinas de Gortari.
Pero la asimilación del fin de un proceso por parte del tío Richie no responde a falta de entendimiento, sino a una negativa de que la realidad que él ayudó a construir con los contenidos de su concesión de televisión, a través de TV Azteca, que sirvieron de control a un régimen autoritario, llegaron a su fin. Hoy su medio, así como todo el conglomerado mediático tradicional, ha dejado de influir en los votantes.

Es comprensible que al estar perdiendo su estatus quo, con relaciones de complicidad que tejió con el poder político antes de que la izquierda llegara al poder, en 2018, provoque que lance a sus informadores en una desesperada campaña basada en mentiras, misma sobrevive gracias al apoyo de los poderes fácticos y empresariales.
El tío Richie y su papel en la evasión de impuestos
Ha hecho suya la narrativa que se sostiene en premisas en las que quiere creer fervientemente: el país es un desastre; el Estado es corrupto; los “Gobiernícolas” están desesperados; en México reina el crimen organizado y otras fantasías que construye con los enemigos de la Cuarta Transformación.
Pero en el fondo, lo que ya todo mundo sabe, e incluso se lo reprochan en sus redes sociales, es que no quiere cumplir como lo hace la mayoría de mexicanos, con el pago de impuestos; que las condiciones de sus trabajadores en sus empresas no son las mejores y que su moral y ética empresarial es cuestionable.
Así que, para defenderse de pagar impuestos, cuyas deudas fiscales datan desde antes de que llegara la 4T al poder en 2018 y ante el nuevo sistema del Poder Judicial, lanza una arenga en una fecha simbólica para los mexicanos, la noche del 15 de septiembre, y hace oficial su oposición con un llamado a la defensa a ultranza de la propiedad, es decir, su concesión que fue extendida al término del gobierno de Enrique Peña Nieto, hasta 2042, por un “organismo autónomo” que hoy desapareció: el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT).
Este instituto sirvió de brazo ejecutor a los intereses del conglomerado tradicional mediático, un ejemplo: a una semana de su extinción, resolvió una millonaria sanción contra Telcel, empresa de Carlos Slim, vinculado a la 4T.
Con su arenga, el tío Richie empezó a construir un movimiento de oposición y de derecha, en un momento en que la izquierda recorre los gobiernos del continente americano (y del mundo). En cinco años los televidentes de Azteca y los seguidores del tío Richie en redes sociales verán una narrativa más agresiva, y que apueste a debilitar al Gobierno de México.
Pero si en los primeros seis años de la administración cuatroteísta el tío Richie y sus huestes no lograron socavar al Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, mucho menos lo lograrán con Claudia Sheinbaum Pardo, cuyos niveles de popularidad están por encima de cualquier aspiración fantasiosa de un empresario que se acostumbró a la condonación de impuestos, con evidencias desde por lo menos los sexenios de Felipe Calderón Hinojosa y de Enrique Peña Nieto. El fracaso se asoma con mucha anticipación.

