El poder concentrado en un individuo en México data desde la era prehispánica y se refuerza con la estructura organizacional de la Nueva España, con la figura del virrey, mismo que poco a poco se sustituye por la figura de los caudillos emanados de luchas armadas por el poder.
México adoptó un sistema presidencialista desde la primera constitución federal de 1824 y se ha mantenido hasta la fecha, con independencia de las épocas centralistas, en las que el sistema se transformaba en ocasiones el gobiernos cuasi monárquicos y autoritarios.
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Durante el origen posrevolucionario de los gobiernos emanados del PNR-PRM-PRI, se transitó por diversas etapas emanadas de un gobierno militar con Plutarco Elías Calles y Manuel Ávila Camacho, a un control civil de personajes políticos muy fuertes, y a una total debacle en un sistema de control de grupos empresariales quienes dictaban el futuro político de la nación.
El presidente que era jefe de gobierno, jefe de Estado, jefe del Congreso, jefe del Poder Judicial, jefe del Ejército, jefe del partido en el poder, jefe de las mafias sindicales, jefe del sector empresarial, jefe de los medios masivos de comunicación, jefe de jefes en el país; se vino abajo poco a poco a raíz del movimiento estudiantil de 1968 y se reforzó esa caída con la llegada del Frente Democrático Nacional, en donde esa figura llegó a un punto de no retorno.
A la llegada del PAN, el sistema presidencial se puso en manos de un Poder Legislativo a sueldo del sector empresarial, mediante el dicho foxista de “el ejecutivo propone y el legislativo dispone”, el Estado Mexicano detuvo su marcha hacia un rumbo desconocido, incluso para el propio presidente.
Régimen presidencial en México
Fox y los Amigos de Fox, sustituyeron un viejo pero ordenado régimen presidencial en un desorden administrativo y político en el que los gobernadores comenzaron a sentir la libertad de hacer y de decidir el rumbo, sin atender un proyecto de nación, y pasando por un mecanismo de contrapesos que buscó ostentar las facultades meta constitucionales extraviadas del presidente a través de un cártel de gobernadores al que se denominó Conago. Y allí surgió el caos.
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Calderón y Peña continuaron con un sistema presidencialista inexistente en el que la propia investidura del Ejecutivo federal fue pisoteada una y otra vez ante la falta de fuerza política de los ejecutivos en turno.
El periodo bisexenal con más corrupción documentada de la historia, por mucho, se da entre Calderón y Peña, y allí se entierra la figura del presidente, sus facultades merman en la práctica.
La llegada de AMLO a la presidencia rescata poco a poco la imagen del presidente fuerte y una investidura constitucional, con una aceptación nunca antes vista en el país. Genera mensajes claros al retomar rituales prehispánicos con la toma del bastón de mando de un pueblo lleno de magia y multicultural como el nuestro y se traslada al Palacio Nacional, a la sede de la Gran Tenochtitlán, haciendo con ello una reconciliación con nuestra historia y con nuestro pasado.
Al enfrentar un sistema administrativo en caos y sin orden constitucional evidente, construye desde sus cimientos un sistema presidencial distinto con una comunicación directa a través de los medios de información, práctica que ya es emulada por otros presidentes del continente.
Rescate de la investidura
El presidencialismo de AMLO se ejerce recuperando el control del Estado Mexicano que ostentaban los poderes fácticos en los que se incluyen:
- Sindicatos
- Empresarios
- Ex gobernantes
- Transnacionales.
A ellos los llamó la mafia del poder. Desde diversos medios como la UIF, la FGR, la CNBV, la Segob y la Consejería Jurídica de la mano con los poderes de la unión.
Por vez primera, a través del ejercicio presidencial se busca que los tres poderes de la unión se encuentren alineados a un mismo objetivo, lo que sin duda genera y va a generar descontento en aquellos interesados en que se perpetúe el desorden administrativo que durante décadas ha beneficiado solamente a unos cuantos a costa del deterioro de todos.
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Hoy, la riqueza se redistribuye y se genera el consumo desde el crecimiento del salario, becas y pensiones, y se combate la corrupción y la falta de transparencia de los grupos de poder que se servían de México. Ese es el espíritu de la 4T que apuntala a este nuevo sistema presidencial.