El Día de Muertos es una de las celebraciones más representativas de México. Cada año, el 1 y 2 de noviembre, los hogares, panteones y espacios públicos se llenan de altares, flores de cempasúchil, veladoras, pan de muerto, incienso y retratos, en una tradición que busca honrar a quienes ya no están, de acuerdo con Infobae en la edición del 1 de noviembre.
De acuerdo con las costumbres populares, el 28 de octubre se conmemora a quienes murieron en accidentes, el 30 de octubre se dedica a las almas que no fueron bautizadas, el 1 de noviembre se recuerda a los niños fallecidos y el 2 a los adultos. En los últimos años, el 27 o 28 de octubre también se ha destinado para recordar a las mascotas, según El País en la publicación del 31 de octubre.
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La celebración fue reconocida en 2003 por la UNESCO como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por su relevancia cultural en comunidades indígenas mexicanas. Aunque muchos la vinculan con el pasado prehispánico, especialistas la describen como un ejemplo de sincretismo entre las tradiciones indígenas y las prácticas católicas heredadas de la colonización.

El origen prehispánico y el sincretismo del Día de Muertos
El origen prehispánico del Día de Muertos se relaciona con rituales nahuas documentados por Fray Diego Durán, como el Miccailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, y la Fiesta Grande de los Muertos. Para los pueblos originarios, la muerte no representaba un final, sino una transición. En su cosmovisión, los difuntos emprendían un viaje hacia el Mictlán, guiados por un perro xoloitzcuintle, acompañados de ofrendas que sus familias preparaban para ayudarlos en su recorrido, de acuerdo con Infobae del 1 de noviembre.
Durante la conquista, los pueblos indígenas adaptaron sus rituales para hacerlos coincidir con el calendario católico del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, celebrados el 1 y 2 de noviembre respectivamente. La historiadora Elsa Malvido señaló que el Día de Todos los Santos surgió en el siglo XI por iniciativa del abad de Cluny y fue adoptado por la iglesia romana. Posteriormente, los españoles trajeron esta costumbre a América, incorporando rezos, reliquias y altares domésticos, según El País del 31 de octubre.



En México, los altares de muertos, también llamados ofrendas, se convirtieron en el elemento central de la festividad. Cada componente posee un significado simbólico: el agua representa la pureza del alma, el pan de muerto alude al ciclo de la vida y la muerte, la sal simboliza la purificación y las flores de cempasúchil marcan el camino de regreso de los espíritus. Las fotografías, los platillos favoritos y el incienso completan este homenaje, de acuerdo con Infobae.
El Día de Muertos en los cementerios y espacios públicos
Tras la pandemia de cólera de 1833, los entierros se trasladaron a espacios abiertos, y los cementerios se transformaron en lugares de convivencia entre vivos y muertos. Las tumbas decoradas con flores y alimentos se convirtieron en nuevas reliquias donde las familias compartían comida y oración, según El País.

El Día de Muertos se manifiesta de distintas formas en todo el país. En Michoacán, la isla de Janitzio es escenario de procesiones iluminadas; en Mixquic, Ciudad de México, las familias velan toda la noche junto a sus difuntos; y en Oaxaca, las comparsas y altares comunitarios llenan las calles de color y música. En las grandes ciudades, el desfile de Día de Muertos, creado en 2016, ha consolidado un nuevo espacio de expresión cultural, de acuerdo con Infobae del 1 de noviembre.


La figura de La Catrina, creada por José Guadalupe Posada como crítica social durante el Porfiriato, se ha convertido en un ícono de la festividad. Su presencia refuerza el carácter simbólico del Día de Muertos, que combina historia, arte y memoria colectiva.

