La ciencia de Heródoto nos ha demostrado que solo el que tiene el mando, el que triunfa, el que doblega o domina, es el que redacta la historia de los hechos. Tenemos un sinnúmero de ejemplos en la historia universal, desde la forma en que se borró la vida y obra del Rey Decébalo en el norte de Europa pero del que subsisten magnas obras de su grandeza en Rumania y que son imposibles de eliminar, aunque los romanos hayan hecho hasta lo imposible por acabar al pueblo Dacio.

Lo mismo sucedió al interior de la propia Roma, en donde la lucha por el poder se llevaba al extremo, como sucedió con los hijos de Septimio Severo y Julia Domna, que fueron recientemente representados en la película “Gladiador II”, y de quienes considero, faltó mucho para retratarles tal como la historia los descubre. Sin embargo, en ese par, Marco Aurelio Antonino, mejor conocido como Carcalla, por los legionarios al llevar una capa de color púrpura en las batallas que dirigía y ser extremadamente sanguinario; quien al no querer compartir su trono con su hermano Publio Septimio Geta, optó por matarle y decretar la “damnatio memoriae”, es decir, borrarlo de la memoria histórica, el peor castigo para un romano.

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Esta pena también se llevó a cabo en contra del Publio Cornelio Escipión, cuando llegado de su conquista de África, fue acusado de corrupción por su acérrimo enemigo el senador Catón, quien lo obligó a vivir en el exilio y a desaparecer de la historia como una vendetta política, más impulsada por la envidia que por las posibles acciones ilegales del militar conquistador, ya que con la fuerza de sus triunfos, el camino para ser emperador estaba disponible y esto no era del agrado del grupo político dominante. 

En tiempos más modernos, durante el estalinismo, Merleau Ponty, citado por Slavoj Zizek en “El sublime objeto de la ideología” nos dice que se defendieron los juicios políticos con base en que, aunque sus víctimas fueran sin duda inocentes, estos juicios estarían justificados por el progreso social subsiguiente que fue posible, gracias a Stalin; en un clásico ejercicio de abuso de poder y del derecho, justificado por quien tiene la fuerza, pero no toda la razón.

Analizando pues, las diversas violaciones de derechos humanos en el nombre de la democracia a lo largo y ancho de la historia universal, aterrizamos en la idea de la revolución como punto de partida para construir una democracia, y precisamente Lacan dice que: “la Revolución lleva a cabo un salto del tigre al pasado, no porque vaya en busca de una especie de apoyo hacia atrás, sino en la medida en que este pasado que se repite en la Revolución, viene del futuro, estaba ya preñada de una dimensión abierta del futuro”. Situación que se materializa con una gran cantidad de acciones y programas que sin duda hemos visto repetirse con cada transición política en México.

Para Lacan, el problema con un dirigente totalitario que emana de una revolución democrática es que ya no necesita un punto de referencia externo para legitimarse. Ahora por sí solo se posiciona como una expresión, una encarnación, un ejecutor de la voluntad del pueblo, lo que con el paso del tiempo puede transformar esa voluntad popular que irriga directamente al concepto de democracia, como la posible fuente de un autoritarismo, como el que vimos en los ejemplos de Roma, Dacia o Rusia.

Siguiendo con la lectura, la definición de Lacan sobre democracia, citada por Zizek sería: “un orden sociopolítico en el que el pueblo no existe, no existe como una unidad encarnada en su único representante. Por ello, el rasgo básico del orden democrático, es que el lugar del poder, es por necesidad de su estructura, un lugar vacío”. Luego entonces y siguiendo la lógica de que la democracia emana directamente de la voluntad del pueblo, este modelo político no podría ajustarse a una forma de poder central sin tener el riesgo de transformarse en lo opuesto.

Lo más interesante de la obra citada es que tanto Hegel como Lacan, definen a la democracia como un imposible si se trata de establecer una figura presidencial, por lo que posiblemente el fortalecimiento de la división de poderes y del estado de derecho sean la clave para poder sobrevivir a un intento más de México por establecer un presidencialismo democrático. Mientras tanto, en la cuesta de enero, la vida sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

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