CANCÚN, QR.- En mayo de 2014, escribí esta crónica que fue publicada en sipse.com. Cuatro meses después, el 4 de septiembre de ese año, Gustavo Adrián Cerati fallecía en el hospital que fue su hogar por mil 460 días.

Tomé mayo porque en ese mes, pero de cuatro años antes (2010), al final de un concierto en Caracas, en Venezuela, Gustavo se desmayó víctima de una afección cerebrovascular que lo mantendría en silencio hasta su muerte. Cuatro años me parecían una eternidad sin su música y sin su voz, y por eso decidí recordarlo con esta crónica que mencioné al iniciar  este texto y que en aquel 2014 titulé como:

Nada más queda…

Cuatro años no perdonan. Hace dos, sobre la acera, frente a las puertas de la clínica en donde permanece internado, sus fans pintaron su nombre con gis. La lluvia, y el sol que baña a diario la calle Vuelta de Obligado, en el tradicional barrio clasemediero de Belgrano, hicieron su trabajo. Nada más queda.

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Frente a las puertas de la clínica hay un portón que separa dos paredes de tabique y en las que hay  mensajes fugaces, fotografías de sus años buenos, imágenes eternas de un icono del rock latinoamericano que de vez en cuando, internado en un hospital, engaña, con sus reflejos, a su familia y a la realidad. Su figura, sin embargo, sigue presente en la ciudad de la furia.

En un cartelito azul, a un costado de las frías puertas frente a la clínica Alcla, en Buenos Aires, un mensaje: “Va a ser mejor que te levantes”; han pasado cuatro años, y sigue su viaje de la cama a una silla, y de la silla a una cama. El color del cartelito se deteriora, al igual que el enfermo de la cama número “X”, pero su familia cree en los milagros, los amigos que lo visitan también, pero más su madre, Lillian Clarke, que dice que su hijo reconoce voces, “le tocás el piecito y mueve la pierna”. La fe es ciega y da esperanzas, las mismas que se reflejan en los carteles que tapizan la pared de enfrente de la clínica.

Más carteles, más mensajes, tapizan otra pared al otro lado de la fría puerta: “En silencio despertarás de tu historia de amor. Te espero esta vida y en la que viene. México te quiere ver”.

La clínica en donde pasa la mayor parte del tiempo sentado en una silla especial, en una rutina que repiten especialistas temprano por la mañana, desde hace mil 464 días, para mantener sus músculos en buen estado, y que pasa además por sesiones de masajes y terapia ocupacional y musicoterapia, tiene una fachada gris, pero escrupulosamente limpia. Por las noches, se enciende una marquesina, con el nombre de la clínica, como los cines de antaño. El silencio, la mayor parte del tiempo, es la norma para la clínica y la paradoja para un hombre que vivió siempre rodeado de música.

En cuatro años no se han dejado de escuchar las coplas de sus composiciones, ni su voz aterciopelada: Estoy sentado en un cráter desierto / sigo aguardando el temblor / en mi cuerpo… Este murmullo llegó a México, a  mediados de las década de los 80, cuando una generación necesitaba identidad panregional, y la encontró en su voz.

El pasado 15 de mayo, Gustavo Adrián Cerati Clark cumplió cuatro años en coma. Tenía 49 años, cuando le sobrevino la fatalidad, en un concierto en Venezuela. Ha pasado cuatro cumpleaños rodeado de familiares y amigos; nadie sabe lo que pasa por su mente, si es que algo pasa.

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